miércoles, 21 de marzo de 2007









































































































































1 comentario:

Unknown dijo...

“SOPORTE INESTABLE”, DE RODRIGO PIRACÉS
Comentario de Mª Eugenia Walker Vicuña

Durante agosto del presente en una sala del Museo Nacional de Bellas Artes se puede observar un conjunto de trabajos de Rodrigo Piracés (1968), realizados, según se nos informa, entre 2002 y 2007, y reunidos bajo el rótulo “Soporte inestable”. A poco de ingresar en la habitación donde ellos han sido instalados nos topamos con un discreto cartel mediante el cual se advierte que la escultura que primero nos sale al encuentro “atropella a visitantes desprevenidos cada quince minutos”. Pues no hay referente temporal, y temiendo que justamente al pasar nosotros junto a la escultura en cuestión se cumpliese el correspondiente cuarto de hora, espontáneamente tendemos a acelerar el paso, a incrementar nuestro estado de alerta.

Resultado: bruscamente nos encontramos inmersos en un oscuro salón. Tal vez el atropello a que se refería el mencionado cartel consista precisamente en “empujarnos” a lo profundo de la oscuridad. Ahora, contra el negro de paredes, piso y cielo raso ―negror acrecentado por el sistema de iluminación― resaltan las blancas y, en cierto modo, aurorales creaciones de Piracés. Ellas, relucientes en tal atmósfera, pulcras, satisfechas de su propia fosforescencia, desempeñan tan seriamente su rol de obras de arte que, como todo papel desempeñado al extremo, en no pocos casos gatilla nuestra hilaridad, despertando nuestro sentido del humor, precisamente aquel sentido que al ingresar a un espacio museal normalmente se procura aquietar.

Esa facilidad para hacernos sonreír, para convertir en juego nuestra interacción con ellas ―pero en juego, claro, comandado rigurosamente por ellas―, tal vez forme parte de una especie de estrategia de distracción. En efecto, al momento de querer “captar” el sentido que, suponemos, portan, el respectivo título (en los casos en que existe uno) nos conduce lejos de allí, a aquel lugar que determina nuestra capacidad léxica: “Condensador de crestas de cóndor”, “Exprimidor de sobacos de huemul”, “Huichipirichi project (masturbador teórico conceptual)”, “Efecto sopaipilla”...

En otras palabras, pareciera como si algunas obras se protegieran de los espectadores más activos, primero, logrando que bajen la guardia mediante la invitación a jugar, y luego, mediante el sortilegio de un título activando en ellos multitud de recuerdos (arrojando una suerte de bomba, no de humo, sino de reminiscencias concernientes a los propios espectadores).

Si lo anterior no bastase, la misma corporalidad de las obras es capaz de asimilar miradas más insistentes. Debido a que han sido construidas con restos de objetos y mecanismos que durante sus vidas útiles fueron cosas funcionales, “de provecho”, dotadas con alguna finalidad, pueden ofrecer diversos recorridos a los ojos más exigentes. Por ejemplo, entretenerles con la tarea de identificación de los compuestos iniciales. También, sugiriendo evaluar la síntesis subsumidota de tales componentes. Incluso sensibilizándoles al remanente de virtud instrumental que aún portan los elementos utilizados, remanente que logra impregnar las criaturas que se yerguen ante nosotros, suscitando la ilusión de que ellas resultan ser algo así como invenciones destinadas a facilitar nuestras vidas.

Por supuesto que la funcionalidad de dichas invenciones rápidamente deja el plano de lo utilitario para emitirse, suponemos, al de lo humorístico. Es el caso del “Mareador de brotes”, que mantiene en rotación semillas que germinan en sendos tubos de ensayo. O del “Sordómetro”, aparato que, si bien teóricamente podría facilitar la audición, sólo es capaz de emitir un único mensaje, el cual carece de sentido.

Finalmente, también la presentación de la muestra puede ser inscrita dentro de esta estrategia de distracción. Se insiste en ella, por ejemplo, en que al momento de recorrer la exposición no debiera apelarse a referentes formales, académicos o gremiales para interactuar con lo exhibido, exigencia algo difícil de cumplir cuando espectadores y trabajos nos hallamos situados en una institución emblemática de lo formal, académico y gremial, y precisamente desempeñando el papel que tal institución asigna a unos y otros.

Cabe preguntarse, pues, de qué se nos ha querido desenfocar con majadera insistencia. ¿De qué necesitó distraerse Piracés para alumbrar estas criaturas? Quizá del vértigo que provoca la intuición de que determinadas entidades simplemente existen, sin desempeñar función alguna. No es una intuición fácil de elaborar. Ignoremos por un instante todas las preguntas con que podríamos acercarnos a estos trabajos, intentemos una aproximación husserliana a ellos, y súbitamente emergerán con toda su irreverente gratuidad, ajenos absolutamente a esa humana, demasiado humana, compulsión por adicionar justificaciones al portentoso y por siempre enigmático acto de existir. Puede ocurrir entonces que tengamos una segunda intuición, tan desconcertante como la anterior: al parecer, somos nosotros, los cultos y educados espectadores los verdaderamente absurdos, los construidos con desechos y por siempre atrapados por afanes que tal vez sólo suscitan risa, y algo de compasión, en seres de mayor densidad y libertad ontológica.
Santiago, 7 de agosto de 2007.

Comentario incluido en www.granearte.blogspot.com